domingo, 11 de enero de 2009
Revalorando la libertad de los mercados
El mercado es el espacio socioeconómico donde los distintos agentes económicos acuerdan y formalizan los intercambios de mercaderías, de servicios, y de derechos.
En las épocas primitivas y antes de la aparición del dinero, los humanos fueron progresivamente desarrollando distintas formas de concretar y de desarrollar estos intercambios, partiendo de concepciones muy primarias en las que simplemente se compartían recursos y conocimientos, y luego definiendo formas de trueque algo más evolucionadas, y sobre bases que intentaban ser un poco más equilibradas y racionales.
Con la aparición del dinero, ciertamente se dio un importante impulso al intercambio mercantil, al introducir la medida en los intercambios, y también al independizar en algún sentido esos intercambios de la casuística muy particular de disponibilidades y de necesidades de los diferentes agentes económicos. En efecto, al constituirse el dinero en una contrapartida valorada y aceptada por todos, en cierto momento un determinado agente económico perfectamente podía llegar a obtener mercaderías y/o servicios y/o derechos, y como contrapartida solamente dar dinero a cambio, sin necesidad de que en ese mismo instante y lugar tuviera él mismo que ceder una cantidad equivalente de bienes y/o de servicios y/o de derechos. Así, se podía establecer una circulación más generalizada de esa riqueza (bienes, servicios, y derechos), con un mayor grado de libertad en cuanto a tiempo y a lugar, regulando dicha circulación de recursos en base a un contraflujo monetario, regulando esa circulación mercantil en base a una contracirculación dineraria, en base a una contracirculación monetaria.
Nótese que en el marco de una economía dineraria, un agente económico perfectamente podría obtener bienes y/o servicios y/o derechos aún cuando no dispusiera de dinero, ya que a cambio podría extender una promesa de efectivamente dar ese dinero pero en un futuro más o menos próximo o lejano (formalizándose así un crédito, formalizándose así una obligación para una parte y un derecho para otra parte). Por cierto, un intercambio en circunstancias como las que vienen de señalarse, eventualmente también podría desarrollarse en dos etapas, ya que en una primera instancia ese agente económico podría obtener dinero contante y sonante a cambio de una promesa de restitución del mismo en una fecha más o menos próxima o lejana (formalizándose así un préstamo), y luego, en posesión de ese dinero efectivo, podría comprar los bienes y/o los servicios y/o los derechos que necesitara o que por alguna razón le resultaran convenientes.
Y a la inversa, un agente económico también podría llegar a tener interés en inyectar bienes y/o servicios y/o derechos en el flujo comercial, recibiendo a cambio cierta cantidad de dinero (recibiendo a cambio el equivalente en especies dinerarias), aún cuando ese agente económico no tuviera estricta necesidad de ese dinero ni en el corto ni en el mediano plazo (por ya tener cubiertas todas sus necesidades de corto y de mediano plazo, y/o por tener aseguradas las mismas por otras vías). Ciertamente un comportamiento de este tipo de un agente económico podría ser razonable y conveniente, en la medida que el dinero fuera efectiva reserva de valor, es decir, en la medida que el dinero conservara su poder de compra en plazos más o menos largos. El agente económico así estaría ahorrando para un futuro, así estaría realizando una reserva para por ejemplo poder cubrir imprevistos, y/o para poder cubrir sus necesidades durante la vejez (época en la cual tal vez sus ingresos podrían verse disminuidos y/o sus necesidades podrían verse aumentadas). Nótese también que algunas reservas para el futuro también podrían ser realizadas en especies, aunque indudablemente esto tendría sus límites y sus inconvenientes, ya sea porque la guarda de esas especies podría llegar a ser complicada y/o riesgosa, ya sea porque esas especies podrían llegar a deteriorarse o a perder vigencia con el paso del tiempo.
Los intercambios comerciales por cierto tienen una historia muy larga, y desde la antigüedad clásica ellos se desarrollaron tanto en el ámbito local como en ámbitos más ampliados. Y así, poco a poco se fueron agrandando las distancias entre las zonas de producción o recolección y las zonas de consumo. Hoy día, con el gran desarrollo logrado en cuanto a las vías de comunicación y a los medios de transporte, el intercambio mercantil se ha globalizado, se ha mundializado. Y ciertamente con el gran desarrollo de Internet y de las comunicaciones en general, incluso hoy día también podemos decir que la propia circulación de muchísimos servicios ya es global y mundial, pues cada vez con más frecuencia se prestan servicios a distancia.
Con toda evidencia, determinadas teorías económicas fueron progresivamente surgiendo y enriqueciendo el acervo cultural de la humanidad, en forma paralela al desarrollo comercial, y dando lugar a debates más o menos radicales y apasionados. Particularmente en los últimos dos siglos, los «mecanismos de mercado» fueron endiosados por unos y demonizados por otros, al observarse por un lado notorios progresos en ambientes donde se liberalizaba y se desregularizaba el comercio, y al constatarse por otro lado diversas disfunciones en el entramado social, fruto de una muy desigual distribución de los recursos y de las oportunidades (situación que se decía tenía su origen en las llamadas formas capitalistas de producción y de mercadeo). El llamado «mercado libre» así como las «reglas de producción capitalsta», objeto de tantos debates y de tantas controversias, ciertamente durante mucho tiempo han estado en el ojo de la tormenta, en el centro de los debates.
En realidad el llamado «mercado libre» es un eufemismo, es una entelequia, pues en todos los mercados hay restricciones y regulaciones que por cierto influyen en la circulación comercial general así como en el comportamiento individual de cada agente económico. En efecto, el comportamiento de los agentes económicos está ciertamente condicionado por sus propios intereses y necesidades y caprichos, pero en dicho comportamiento también influyen las llamadas expectativas de mercado, las llamadas a veces sensaciones térmicas sobre la evolución económico-social, las que con toda evidencia tienen origen en lo que se transmite o en lo que se pronostica sobre la posible futura evolución de los mercados, a través del boca a boca y/o a través de los medios masivos de comunicación social y/o a través de otros mecanismos más o menos formalizados. La propia ignorancia de un agente económico en relación por ejemplo a precios o a oportunidades, así como su personal o particular conocimiento del mercado, y/o su personal o particular conocimiento de ciertos análisis técnicos y/o de ciertas estadísticas de negocios, por supuesto también es otro elemento que influye en el funcionamiento de los mercados; por tanto la cultura general de los agentes económicos así como sus respectivos niveles de riqueza, también son elementos que influyen sobre la marcha de los mercados y sobre sus niveles de actividad. Otros elementos que podrían incidir en el mismo sentido, son las prácticas económico-financieras innovadoras que eventualmente podrían instituirse, la elaboración de mejores informaciones estadísticas, la introducción de importantes restricciones y reglamentaciones en cuanto a la operativa comercial e incluso en cuanto a los niveles de producción o en cuanto al acceso a las materias primas y a los productos intermedios, etcétera, etcétera.
En resumen, el «libre mercado» entendido como el debilitamiento o la completa supresión de regulaciones o de reglamentaciones o de imposiciones, con la finalidad de que las transacciones sean el reflejo más puro y directo de la propia competencia entre los diferentes agentes económicos, sean el reflejo más puro y directo de los propios niveles de oferta y de demanda y de intereses contrapuestos, en realidad siempre ha escondido situaciones engañosas y distorsiones escondidas.
En la práctica, quienes son más fuertes y resistentes, quienes tienen menos urgencias y apremios, quienes tienen más información y experiencia, generalmente son quienes se han impuesto o quienes han sacado ventajas frente a los actores más débiles y desprotegidos, son quienes han logrado mejores condiciones para sí que quienes tienen menos cultura general y quienes enfrentan situaciones menos holgadas.
Las empresas grandes en muchos casos se imponen a las pequeñas, las absorben de una u otra forma, y/o le hacen competencia desleal hasta que logran fundirlas y sacarlas del mercado. Los empresarios en muchos casos están en situaciones más cómodas y extendidas, y algunos de ellos aprovechan esta posición para explotar y sobreexplotar a sus trabajadores. La publicidad inteligente o engañosa ayuda a manipular a los consumidores. Los monopolios y los oligopolios logran imponer precios en forma un tanto artificial, logrando así márgenes de ganancia muy superiores a los conseguidos en otras situaciones. Los proveedores de las instituciones estatales y de las empresas estatales, en muchos casos logran ganancias extras a través de mecanismos espurios tales como las coimas y las amenazas.
Injusticias y desarreglos económico-productivos de todo tipo se han producido desde épocas inmemoriales, y aún continúan produciéndose en el día a día, gracias a la ayuda cómplice de ese instrumento facilitador de los intercambios al que llamamos dinero. Y en la práctica el dinero es así tergiversado y apartado de sus nobles e importantes fines, por ser ésta una especie anónima, que en muchísimos casos permite esconder o camuflar transferencias que tienen su origen en ilícitos, otorgando así muy buena protección a delincuentes y a instigadores. El dinero anónimo por cierto tiene implícita una importante acción desestabilizadora y corruptora, la que tiene su origen en el permitido anonimato de su circulación. Perfectamente podríamos concebir la implementación de transferencias monetarias no anónimas, reduciendo o impidiendo así esa señalada acción desestabilizadora y corruptora, y sin que por ello se vieren afectados los objetivos más importantes y nobles asociados con la utilización del dinero.
Frente a esta realidad tan evidente y tan frecuente que rompe los ojos, del desarrollo floreciente y muchas veces impune de ciertas actividades especulativas y/o ilegales (narcotráfico, robos y rapiñas, delitos aduaneros, corrupción, defraudación fiscal, apropiación indebida, búsqueda y manejo de influencias, prácticas desleales de comercio, utilización de información confidencial y privilegiada para la obtención de ganancias extraordinarias o de ventajas de otra índole, espionaje industrial, etcétera, etcétera), muchos han optado por recomendar el reforzamiento de los controles (léase: el fortalecimiento de la policía, de la justicia, de los controles administrativos y burocráticos, de las penalidades para que así ellas actúen como un elemento disuasorio, etcétera).
En la práctica, la historia se ha encargado de demostrar que ni la instauración de verdaderas sociedades policíacas súper controladas, ni la implantación de sistemas preponderadamente estatistas y centralistas, han conseguido pleno éxito en el combate de los males antes destacados. Por el contrario, en estos sistemas la corrupción con frecuencia se enquista en los propios cuerpos policiales y aún en los sectores judiciales, y/o subrepticiamente se introduce en las propias cúpulas de poder, en las propias cúpulas gobernantes. Cierto, los llamados sistemas liberales y democráticos, con instituciones de fuerte arraigo y de muy correcto funcionamiento, y con completa separación de poderes, parecen responder un poco mejor a los desvíos que antes fueran enumerados, aunque por cierto también sufriendo en carne propia todos estos males.
Una opción muchísimo más realista y seguramente también más efectiva, podría consistir en implantar un sistema financiero-productivo-comercial, en el que la defraudación impositiva y aún la morosidad fiscal fueran prácticamente imposibles, en el que el comercio ilegal o informal también fuera casi imposible de concretar, y en el que la comercialización de cosas robadas también se encontrara muy dificultada o minimizada. Y si esto se pudiera lograr sin recurrir a férreos y atemorizantes controles, sino simplemente como un subproducto derivado de una nueva forma de implementación del dinero, por cierto eso sería ideal.
Según nuestro enfoque, según nuestra idea-fuerza, esto es perfectamente posible de implementar, aún dejando bastante libertad de iniciativa y de acción a los distintos agentes económicos, en la medida que cada transacción de mercado, por ínfima y cotidiana que la misma sea, quede ella plenamente documentada y registrada, y en la medida que además se responsabilice frente a la ley a los diferentes agentes económicos, tanto cuando ellos brinden información falsa, como cuando ellos causen perjuicios derivados de sus actos de mercado.
Además, a efectos de también implementar objetivos sociales en esta nueva estructura socio-productiva que estamos imaginando, cuando eventualmente algún agente económico tuviera muy magros resultados fruto de sus carencias de formación, y/o fruto de la mala suerte o de imponderables, etcétera, en niveles tales que pudieran llegar a afectar sus necesidades básicas para él mismo y/o para su familia a cargo, por cierto se debería dar entonces una asistencia personalizada a la o las personas que se encontraran en esta situación, pero al poder tener ahora acceso cómodo a la real situación de los diferentes agentes económicos, también sería posible dar a esas personas en situación difícil, una asistencia a medida y en los niveles estrictamente necesarios. Y también, si la situación de algunas de esas personas pudiera haberse degradado como consecuencia directa del engaño o del abuso de otros agentes económicos, también se podría llamar a responsabilidad a esos peces gordos, y eventualmente se podrían llegar a revertir los efectos negativos y exagerados que ellos contribuyeron a inducir.
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